sábado, 3 de agosto de 2013

¿Perdón?



El mamporro mediático aplicado el martes pasado por Beatriz Sarlo a Gabriela Michetti en La Nación ha alcanzado trascendencia no solo por bien escrito, sino por la identidad de su destinataria.
Decir que Michetti está poco acostumbrada a estos trances que para cualquier político kirchnerista forma parte de la vida cotidiana, es decir poco.
En realidad la sonrosada epidermis de Gaby era virgen al castigo, y al primer chirlo se puso violeta. Ello es un efecto secundario, pero inevitable, de la coraza mediática que protege a todos y cada una de las "esperanzas blancas" de los medios hegemónicos, que solo reciben asentimientos acríticos de sus entrevistadores desde hace años, con la sola condición de mostrarse ferozmente adversos  al proyecto que hoy encarna Cristina Kirchner.
Es previsible entonces que cuando una pluma como la de Sarlo se acuerda de revolear un sopapo para ese lado, cunda el pánico. Son, los políticos opositores, como aquella tararira del cuento de Jauretche que se ahogó cuando se cayó en el agua, desacostumbrada a su elemento natural de tanto vivir en una realidad ajena a su mundo. El elemento natural del dirigente político debería ser el debate, la polémica, el intercambio de ideas, partiendo de la aceptación de una sociedad inserta en una realidad polifacética y que no admite lecturas únicas. Pero tanto fantasear con la política cool, de una sociedad sin conflictos genuinos, con diferencias fogoneadas por perversos que "quieren dividirnos" termina generando figuras tan gelatinosas como la de la niña mimada PRO.
¿Y como reacciona entonces esa dirigencia ante una crítica? Pues en el caso de Michetti con la furia propia de la víctima del "fuego amigo", que en una amable tenida en su hogar, en el cálido entorno de periodistas amigos, aclaró que las autoridades de La Nación ya la llamaron para disculparse. ¿Perdón? Si, para disculparse, dando al episodio la connotación del "sorry" que la señora del country da a su invitada porque la mucama la manchó al servirle el sorbet con frutos rojos.
¿De que diablos debería disculparse un medio de prensa por publicar una crítica a un político? ¿Alcanzaría el Muro de los Lamentos si Cristina y la dirigencia oficialista requiriera disculpas cada vez que la bombardean con acusaciones que exceden frecuentemente no solo la crítica política, sino también el buen gusto y la decencia? ¿Qué escándalo se armaría si un dirigente kirchnerista no ya obtuviera, sino siquiera pidiera una explicación por una nota crítica? ¿No sería visto ello como un nuevo ataque K a la libertad de expresión? Pero como lo dijo Gaby, no pasa nada.
Tanto ha desnaturalizado la vida política argentina el pacto entre los dueños de Papel Prensa y la derecha nativa que bastó que por una vez la veterana comentadora a sueldo de los descendientes de Mitre se acordara de que tiene dos manos para que le pidan explicaciones (y conste que no la acusó de ningún delito, apenas de ser inepta).
No debemos temer por Sarlo, cuyo recreo terminó, y volverá a su lugar entre los coreutas del desastre.
Si en cambio por el destino de este país si cayera en manos de quienes pretenden solucionar las críticas que les formulan por la misma vía que usó Menem con el Grupo Clarín cuando lo molestaron algunos comentarios de Liliana López Foresi: arreglando con los dueños del medio el despido al cuestionador.
Todo ello ante el amable silencio de ADEPA y todo el empresariado periodístico siempre dispuesto a entender la libertad de prensa como su libertad de empresa.

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