Los lemmings son unos pequeños roedores, que habitan en el extremo norte de Europa, en particular en la tundra de Escandinavia.
Pesan alrededor de 100 gramos y miden de 8 a 15 centímetros de longitud. Su pelaje abundante, que los protege de los fríos nórdicos, suele ser colorido. Vegetarianos, se alimentan de hierbas, bulbos y raíces. Permanecen activos durante el frío invierno boreal, lo que los diferencia de otros habitantes de la tundra que hibernan en esa época.
Como la mayoría de los roedores, son solitarios y buscan pareja sexual solo en época de reproducción. Pero a diferencia de otras especies, su línea reproductiva es irregular y caótica. Como resultado de ello su población tiene periódicas explosiones demográficas, seguidas por épocas en la que los lemmings parecen al borde de la extinción. Sus enemigos naturales conocidos son cuatro: el armiño, el zorro polar, el búho, y el págalo de larga cola.
Otra característica notable de estos diminutos parientes de nuestro ratón de campo, ha desvelado a los naturalistas por mucho tiempo: es que los lemmings parecen encarar en ocasiones el suicidio en masa, conducta que no se observa en casi ninguna otra especie terrestre. Justamente en épocas de desbordante expansión poblacional, nuestros pequeños roedores se lanzan por la tundra en verdaderas manadas, avanzando incontenibles hacia los acantilados que bordean los fiordos escandinavos y, arribados a estos, no se detienen, lanzándose al vacio para morir en las heladas aguas del mar del Norte.
La teoría de la conducta suicida ha cedido últimamente, pues estudios más recientes atribuyen este extraño comportamiento a otras causas: sería en realidad la confusión generada por la pérdida del rumbo en el marco de grandes migraciones ocasionadas justamente por la gran expansión de la población de la especie. Lanzados así en un sentido equivocado, al llegar al abismo los de adelante son empujados por la avalancha que viene atrás, y todos terminan despeñándose.
Estamos en condiciones de afirmar que los lemmings no son los únicos mamíferos terrestres con tan extraña como autodestructiva conducta: hay en nuestro país, la República Argentina, otra especie que también se lanza periódica e inconteniblemente al abismo. Se trata de la clase media.
La clase media argentina está conformada por empleados públicos y privados, pequeños empresarios, profesionales, y docentes, entre otros. Habita principalmente en las zonas urbanas de la república, y como especie, se ha ido expandiendo junto con los movimientos inmigratorios que desde fines del siglo XIX y comienzos del XX depositaron en nuestras playas a cientos de miles de campesinos y artesanos europeos desposeídos, dispuestos a “hacerse la América” en estas tierras. Su presencia sirvió de cojinete de amortiguación entre la numéricamente reducida pero poderosa clase dominante, y los criollos de pata al suelo que habitaban estas pampas. Con afán de ascenso social, y voluntad de trabajo, proveyeron la mano de obra e intelectual con la cual se fue perfilando una sociedad distinta a la de otros países latinoamericanos, divididos inexorablemente entre ricos y pobres, con escasas alternativas intermedias. La clase media quedó definida no necesariamente por el nivel de ingresos, sino también por las inquietudes y apetencias culturales.
Una debilidad, de carácter justamente cultural, preanuncia la descripción de su desbarranco: aunque radicalmente distinta en intereses y en posibilidades a las clases dominantes, mayoritarios sectores de la clase media se miraron siempre en el espejo de los poderosos, aspirando a compartir espacios y ser aceptados por estos e imitándolos no solo en hábitos de consumo, mientras les dio el cuero, sino también adoptando sus opiniones.
Fue así que cada vez que en el devenir histórico surgió un gobierno que alentó su expansión, las clases medias lo miraron con desconfianza, y confundiendo sus interés con los de las clases dominantes, las que con razón miraban alarmadas la presencia de movimientos políticos que amenazaran su hegemonía, se dedicaron con entusiasmo a oponerse con mayor o menor grado de intensidad a quienes creaban las condiciones objetivas para su “expansión demográfica”. Fue así que elementos de clase media se sumaron a las corrientes de opinión que limaron primero y tumbaron después al primer gobierno de la historia que gestionó en beneficio la clase media: el radicalismo yrigoyenista. Fue así que en el marco de la mayor expansión del ingreso y del consumo de su historia, la clase media le volvió la espalda al peronismo y aportó cuadros y apoyos a la conspiración que llevó a su derrocamiento. Fue así que cada golpe militar que llevó a una restauración oligárquica contó con una entusiasta claque de clase media. En todos los casos, invariablemente, tras estos golpes, mas o menos sangrientos según el caso, advinieron tiempos de retroceso y miserabilización para la clase media, fautora de su propia desgracia.
El último salto a los abismos de los lemmings argentinos lo vimos en jornadas recientes. Una clase media que en los ’90 pareció al borde de la extinción, recuperada en un tiempo tan singularmente breve como no hay antecedentes en las historia económica mundial, a raíz de la aplicación de políticas públicas contrarias a la ortodoxia enseñada por diversos flautistas de Hamelin, abandonó apenas recuperada de las incertidumbres de la supervivencia diaria toda aquellas inquietud que la llevó a entonar “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, y se lanzó decidida a las calles, una vez mas, a defender los intereses de las clases dominantes. A la hora en que debía defender el consumo de los argentinos, decidió cuestionar el botox presidencial. En el momento de optar por la redistribución del ingreso, prefirió apiadarse de pequeños millonarios. Cuando había que pensar en atacar la concentración de la riqueza, prefirió hacer bandera de la lucha contra Louis Vuitton…
Decíamos arriba que al lemming nórdico le son conocidos cuatro enemigos naturales. El número de enemigos de la clase media resulta algo más impreciso, aunque su incapacidad para reconocerlos remeda la actitud de sopor hipnótico del conejo ante la serpiente. Es claro que sí son cuatro las cabezas visibles de la Mesa de Enlace que arreó a gran cantidad de ejemplares de esta especie autoamenazada en las última semanas. Si el titular de la SRA se nos hace el símil del armiño, por las implicancias nobiliarias del animalito y de los blasones de don Luciano, no acertamos en cambio a determinar quien, entre Gioino y Llambías, asume el carácter del búho y cual el del zorro. Aunque el págalo es un animal bastante menos conocido, queda claro que corresponde a Buzzi: al final el que mas puntos en común de los cuatro tiene con la clase media, es el único que se quedó sin compensaciones y al que le dirán “págalo” a la hora de ponerse con las retenciones.
Ignoramos, finalmente, si la clase media se arroja al abismo por tendencia suicida o por incontenible confusión masiva. Sólo nos queda verificar el hecho y aguardar que, haciendo gala alguna vez de la racionalidad que no podemos reclamarle al pobre lemming, deje de saltar a los abismos de su propia perdición.