Realmente debo venir con el chip olímpico incorporado. Recuerdo 1964, durante los juegos de Tokio, y me veo buscando en La Razón, que llegaba todas las tardes a mi casa la noticia que diera cuenta de alguna medalla, que no aparecía. Yo tenía 9 años, y aunque no podría decir quién me remarcaba el asunto, ya que la mía no era una familia de deportistas, estaba muy preocupado porque nuestros representantes olímpicos no lograban subir al podio. En aquella ocasión fue Carlos Moratorio, un jinete militar que logró en una prueba de equitación, cuando los juegos acababan, una medalla de plata para salvar el honor. Recuerdo el terrible papelón de nuestro fútbol en esos juegos, perdiendo con Japón y empatando con Ghana, dos países que parecían estar en la prehistoria futbolera, y también a Chirino, un boxerador mediopesado que le revoleó una trompada al árbitro, cansado de sus decisiones arbitrarias.
Tenía 9 años, decía. Y por supuesto, ignoraba que debería esperar 40 años hasta ver a una representación argentina en lo mas alto del podio olímpico, tal como finalmente ocurrió en Atenas 2004 por partida doble, con el básquetbol y el fútbol. Cuarenta años a lo largo de los cuales muchas veces rogamos por “una medallita por el amor de Dios”, pues llegaban en cuantagotas y a veces la delegación entera volvía a casa con las manos vacías.
Por todo eso no puedo dejar de disfrutar la actual cosecha, módica quizás para los que nos comparan en el medallero con las potencias del mundo del deporte, que por lo general son, con contadas excepciones, las potencias del mundo real. Para mi, que en el período que va entre unos juegos olímpicos y los siguientes (período que los antiguos griegos llamaron precisamente “olimpíada”) puedo estar muy bien sin ver un solo partido de básquet, que bostezo si veo una carrera de ciclismo, que no entiendo nada de judo, que, en fin, ejerzo mi condición de futbolero a tiempo completo, todo eso cambia durante las dos semanas de los juegos. Pasó en 2004 y se me repitió ahora: la medalla del básquet me emociona mas que la del fútbol, y con toda naturalidad me encuentro a las tres de la mañana prendido al televisor, vibrando con cada doble, cada tapada, cada hazaña de nuestro quinteto; el esfuerzo individual de una absoluta desconocida como Paula Pareto me empaña la vista de emoción, ver a Juan Curuchet y Walter Pérez dando su vuelta olímpica envueltos en la bandera me hace brincar el corazón.Y cada atleta, hasta el último taekwondista o bicicrossero que aparece en la madrugada, destinado a una labor tan breve como anónima, me hace sentir empujándolo hacia la meta…
Bueno, ya se terminaron los Juegos. Podremos seguir criticando lo poco y mal que se apoya al deporte amateur en la Argentina, aunque por algo, supongo, las dos Juegos Olímpicos con administración K han deparado éxitos sólo superados por los del primer peronismo. Podremos, en fin, volver a nuestra programación habitual, como anuncia el locutor al cierre de cada cadena nacional.
Pero no me olvido de que este es un blog en el que hablamos de política, y me despido con dos pildoritas ad hoc, para que no queden en el tintero:
Una, el gordo Bonadeo entrevistando por TyC a la dupla de oro del ciclismo. Promediando el diálogo encuentra oportuno preguntarles si estaban dispuestos a ir a la Rosada si Cristina los invitaba. Pregunta que en su larga militancia olímpica, Gonzalo no le hizo a ningún deportista que tuviera que encontrarse con Menem o con De la Rúa. Bueno, ahora sí se le ocurrió. Walter Pérez respondió con un escueto, pero seguramente anticlimático “no tengo ningún problema”. Juan Curuchet fue un poco mas extenso, para señalar que no iría a pedir nada para él, sino para el deporte amateur en general. Al gordo le fallaron los interlocutores…
Otra, Georgina Bardach. Bronce en Atenas fue la cordobesa, y quizás la entrevistada que hubiera satisfecho a Bonadeo. Se anticipó a su actuación adelantando que no iría a la Rosada si Cristina la invitaba. Militante vocacional campera, Georgina terminó penúltima, 38 entre 39 en su especialidad. Pero queda claro: a la Rosada no va a ir. Por lo menos nadando no va a ir, porque seguro que llega tarde.
Tenía 9 años, decía. Y por supuesto, ignoraba que debería esperar 40 años hasta ver a una representación argentina en lo mas alto del podio olímpico, tal como finalmente ocurrió en Atenas 2004 por partida doble, con el básquetbol y el fútbol. Cuarenta años a lo largo de los cuales muchas veces rogamos por “una medallita por el amor de Dios”, pues llegaban en cuantagotas y a veces la delegación entera volvía a casa con las manos vacías.
Por todo eso no puedo dejar de disfrutar la actual cosecha, módica quizás para los que nos comparan en el medallero con las potencias del mundo del deporte, que por lo general son, con contadas excepciones, las potencias del mundo real. Para mi, que en el período que va entre unos juegos olímpicos y los siguientes (período que los antiguos griegos llamaron precisamente “olimpíada”) puedo estar muy bien sin ver un solo partido de básquet, que bostezo si veo una carrera de ciclismo, que no entiendo nada de judo, que, en fin, ejerzo mi condición de futbolero a tiempo completo, todo eso cambia durante las dos semanas de los juegos. Pasó en 2004 y se me repitió ahora: la medalla del básquet me emociona mas que la del fútbol, y con toda naturalidad me encuentro a las tres de la mañana prendido al televisor, vibrando con cada doble, cada tapada, cada hazaña de nuestro quinteto; el esfuerzo individual de una absoluta desconocida como Paula Pareto me empaña la vista de emoción, ver a Juan Curuchet y Walter Pérez dando su vuelta olímpica envueltos en la bandera me hace brincar el corazón.Y cada atleta, hasta el último taekwondista o bicicrossero que aparece en la madrugada, destinado a una labor tan breve como anónima, me hace sentir empujándolo hacia la meta…
Bueno, ya se terminaron los Juegos. Podremos seguir criticando lo poco y mal que se apoya al deporte amateur en la Argentina, aunque por algo, supongo, las dos Juegos Olímpicos con administración K han deparado éxitos sólo superados por los del primer peronismo. Podremos, en fin, volver a nuestra programación habitual, como anuncia el locutor al cierre de cada cadena nacional.
Pero no me olvido de que este es un blog en el que hablamos de política, y me despido con dos pildoritas ad hoc, para que no queden en el tintero:
Una, el gordo Bonadeo entrevistando por TyC a la dupla de oro del ciclismo. Promediando el diálogo encuentra oportuno preguntarles si estaban dispuestos a ir a la Rosada si Cristina los invitaba. Pregunta que en su larga militancia olímpica, Gonzalo no le hizo a ningún deportista que tuviera que encontrarse con Menem o con De la Rúa. Bueno, ahora sí se le ocurrió. Walter Pérez respondió con un escueto, pero seguramente anticlimático “no tengo ningún problema”. Juan Curuchet fue un poco mas extenso, para señalar que no iría a pedir nada para él, sino para el deporte amateur en general. Al gordo le fallaron los interlocutores…
Otra, Georgina Bardach. Bronce en Atenas fue la cordobesa, y quizás la entrevistada que hubiera satisfecho a Bonadeo. Se anticipó a su actuación adelantando que no iría a la Rosada si Cristina la invitaba. Militante vocacional campera, Georgina terminó penúltima, 38 entre 39 en su especialidad. Pero queda claro: a la Rosada no va a ir. Por lo menos nadando no va a ir, porque seguro que llega tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario