Durante el conflicto agropatronal, y mientras el país quedaba paralizado por centenares de cortes de rutas y otras actividades ilícitas llevadas adelante por la mano de obra voluntaria de la oligarquía sojera, Mauricio Macri tuvo un papel secundario. Ello no significó que dejara de acreditar su pertenencia al sector dispuesto a jaquear a la democracia en beneficio de su renta extraordinaria, ni que los legisladores pertenecientes a su partido dejaran de votar de acuerdo a esos intereses.
Pero fuera del foco principal del conflicto, el Jefe de Gobierno porteño tuvo oportunidad, no obstante, de lanzar una frase que apuntalara la imagen cool y descontracturada de la política que le diseñara Durán Barba, al señalar que él estaba dispuesto a servir el café si “las partes” se sentaban a superar diferencias. Desde la mirada de Mauricio, había partes equivalentes, y no por un lado la legitimidad del Gobierno y por otro un grupo económicamente poderosísimo llevando a cabo todo tipo de actos ilegales y en algunos casos delictivos para imponer su interés general al conjunto. Es que el conflicto de intereses no forma parte del menú público PRO, que en todo caso ve la sociedad dividida entre eficientes y no eficientes.
Claro que la versión del cafetero voluntario resultaba avalada por la gran maquinaria mediática, que no sólo consagraba la existencia de esas dos partes, sino que además establecía que era la obcecación de “los Kirchner”, en plena era del doble comando, el gran obstáculo a la superación del diferendo.
Varias lunas han pasado desde esas jornadas, la corporación sojera preservó con éxito sus rentas extraordinarias, para alegría propia y de ingente número de piojos resucitados que seguirán viendo la prosperidad ajena por televisión. La vida y sus conflictos siguen adelante y ahora Mauricio se cruza con el estudiantado porteño a raíz de las restricciones impuestas al otorgamiento de becas por el gobierno que encabeza.
Vuelve entonces Macri a ser hombre del partido del orden, y anuncia a través de su ministro del área, Narodowski, que no negociará mientras se mantengan las medidas de fuerza. No se le ocurre en este caso que “hay que sentarse a conversar”, ni para su fortuna, la prensa bienpensante sugiere que el problema es la obcecación de los gobernantes porteños. Aún más, anuncia la suspensión de clases en establecimientos tomados, restándole días al calendario escolar, cuando los propios reclamantes no incluyen en su medida de fuerza la interrupción de actividades. Una decisión con un cierto “déjà vu” al “ramal que para, ramal que cierra”…
Macri no otorga entidad a los quejosos, toda posibilidad de tomarse un cafecito con Mauricio parece quedar clausurada para siempre, y el reclamo pasa a tener un sospechoso trasfondo político. Justo el tipo de trasfondo que, si se alegaba durante el conflicto agropatronal, sólo servía como certificación de la paranoia oficialista. Pero que, sancionado por los adalides de la antipolítica, pasa a ser una tacha de ilegitimidad para la protesta.
Quizás valga preguntarse que cambió entre un conflicto y otro, no solo para que Macri pueda echarle esta mirada, sino para que el sentido común público, si es que tal entelequia existe, no reaccione sorprendido ante el doble rasero aplicado en casos separados por escaso período temporal.
Hay un elemento que no ha sido dicho públicamente, quizás por un resabio de corrección política, quizás porque el mago procura que no se le asomen los conejos por el bolsillo. Este es que “el campo”, otra entelequia exitosa, tiene derechos que el común de los habitantes del país no tiene. Provistos de caracteres fundacionales, anteriores a las instituciones democráticas, los grandes propietarios, agrupados en la Sociedad Rural Argentina y entidades afines, con el invalorable aporte de los medianos y pequeños millonarios de la FAA, tienen un derecho extralegal pero legítimo a reclamar como les plazca, a desconocer la legalidad si esta no va de la mano de sus intereses y a acatar la normativa en vigencia a partir del momento en que esta se ponga en línea con sus deseos.
De esta ventajosa situación estarían excluidos los otros sectores del país que, orgánicamente o a los ponchazos, luchen por sus derechos postergados o por reivindicaciones jamás atendidas. Esta visión macriana del conflicto, en línea con la concebida con los poderes fácticos y la propalada por los medios encargados de sorberle el coco a la población, se podría traducir con “a mas poder, mas derechos”. Y si los 4 Jinetes del Apocalipsis merecían toda la atención de los despachos oficiales a la hora de garantizar su exclusivo goce de las rentas extraordinarias, el reclamo de padres y estudiantes porteños que no podían invocar otro título que su pretensión de no ser excluidos del sistema, debía y debe ser rechazada como una intromisión en un nivel decisorio al que no tienen acceso.
Otra lectura posible sería que, por más que tampoco se lo verbalice, en el conflicto agropatronal, para el Jefe de Gobierno porteño, a los reclamantes les asistía la razón. Y en este otro entuerto, la razón está de su parte. Como corolario, el que tiene razón en su reclamo puede hacer lo que quiera para llevarlo adelante. Aún actos que sean violatorios de la ley, que afecten profundamente derechos de terceros, que perjudiquen a los bienes y a la economía familiar de las personas. De las otras personas. Es decir, aquello que está objetivamente vedado se puede hacer si subjetivamente un grupo social o económico decide que es admisible en defensa de sus intereses.
La óptica PRO ante el conflicto se resume en una combinación de ambas hipótesis: Como a más poder hay más derechos, solo pueden hacer, en defensa de sus intereses, aquello que le está vedado a los demás, los grupos más poderosos. Poderío que pueden residir en lo económico, lo cultural y aún en la detentación del poder más básico: el de la fuerza.
El ejercicio de ese poder, y la legitimación de esa supremacía por sobre los intereses del conjunto de la sociedad, es precisamente lo que desde siempre caracterizó a la oligarquía argentina. De la cual Macri, más allá de toda pretensión de modernidad, no es más que un nuevo rostro emergente.
Es por ello que la aparente bipolaridad en el tratamiento de los dos conflictos, no demuestra una incoherencia en la visión del hijo de don Franco: del descontracturado “Mauricio Cafetero” al adusto “Mauricio Preceptor” existe la distancia entre la defensa del interés propio, valor indoblegable en una visión economicista y egoísta del mundo, y el interés del conjunto, que puesto en manos de este personaje descansa tan seguro como las sardinas custodiadas por el gato.
Pero fuera del foco principal del conflicto, el Jefe de Gobierno porteño tuvo oportunidad, no obstante, de lanzar una frase que apuntalara la imagen cool y descontracturada de la política que le diseñara Durán Barba, al señalar que él estaba dispuesto a servir el café si “las partes” se sentaban a superar diferencias. Desde la mirada de Mauricio, había partes equivalentes, y no por un lado la legitimidad del Gobierno y por otro un grupo económicamente poderosísimo llevando a cabo todo tipo de actos ilegales y en algunos casos delictivos para imponer su interés general al conjunto. Es que el conflicto de intereses no forma parte del menú público PRO, que en todo caso ve la sociedad dividida entre eficientes y no eficientes.
Claro que la versión del cafetero voluntario resultaba avalada por la gran maquinaria mediática, que no sólo consagraba la existencia de esas dos partes, sino que además establecía que era la obcecación de “los Kirchner”, en plena era del doble comando, el gran obstáculo a la superación del diferendo.
Varias lunas han pasado desde esas jornadas, la corporación sojera preservó con éxito sus rentas extraordinarias, para alegría propia y de ingente número de piojos resucitados que seguirán viendo la prosperidad ajena por televisión. La vida y sus conflictos siguen adelante y ahora Mauricio se cruza con el estudiantado porteño a raíz de las restricciones impuestas al otorgamiento de becas por el gobierno que encabeza.
Vuelve entonces Macri a ser hombre del partido del orden, y anuncia a través de su ministro del área, Narodowski, que no negociará mientras se mantengan las medidas de fuerza. No se le ocurre en este caso que “hay que sentarse a conversar”, ni para su fortuna, la prensa bienpensante sugiere que el problema es la obcecación de los gobernantes porteños. Aún más, anuncia la suspensión de clases en establecimientos tomados, restándole días al calendario escolar, cuando los propios reclamantes no incluyen en su medida de fuerza la interrupción de actividades. Una decisión con un cierto “déjà vu” al “ramal que para, ramal que cierra”…
Macri no otorga entidad a los quejosos, toda posibilidad de tomarse un cafecito con Mauricio parece quedar clausurada para siempre, y el reclamo pasa a tener un sospechoso trasfondo político. Justo el tipo de trasfondo que, si se alegaba durante el conflicto agropatronal, sólo servía como certificación de la paranoia oficialista. Pero que, sancionado por los adalides de la antipolítica, pasa a ser una tacha de ilegitimidad para la protesta.
Quizás valga preguntarse que cambió entre un conflicto y otro, no solo para que Macri pueda echarle esta mirada, sino para que el sentido común público, si es que tal entelequia existe, no reaccione sorprendido ante el doble rasero aplicado en casos separados por escaso período temporal.
Hay un elemento que no ha sido dicho públicamente, quizás por un resabio de corrección política, quizás porque el mago procura que no se le asomen los conejos por el bolsillo. Este es que “el campo”, otra entelequia exitosa, tiene derechos que el común de los habitantes del país no tiene. Provistos de caracteres fundacionales, anteriores a las instituciones democráticas, los grandes propietarios, agrupados en la Sociedad Rural Argentina y entidades afines, con el invalorable aporte de los medianos y pequeños millonarios de la FAA, tienen un derecho extralegal pero legítimo a reclamar como les plazca, a desconocer la legalidad si esta no va de la mano de sus intereses y a acatar la normativa en vigencia a partir del momento en que esta se ponga en línea con sus deseos.
De esta ventajosa situación estarían excluidos los otros sectores del país que, orgánicamente o a los ponchazos, luchen por sus derechos postergados o por reivindicaciones jamás atendidas. Esta visión macriana del conflicto, en línea con la concebida con los poderes fácticos y la propalada por los medios encargados de sorberle el coco a la población, se podría traducir con “a mas poder, mas derechos”. Y si los 4 Jinetes del Apocalipsis merecían toda la atención de los despachos oficiales a la hora de garantizar su exclusivo goce de las rentas extraordinarias, el reclamo de padres y estudiantes porteños que no podían invocar otro título que su pretensión de no ser excluidos del sistema, debía y debe ser rechazada como una intromisión en un nivel decisorio al que no tienen acceso.
Otra lectura posible sería que, por más que tampoco se lo verbalice, en el conflicto agropatronal, para el Jefe de Gobierno porteño, a los reclamantes les asistía la razón. Y en este otro entuerto, la razón está de su parte. Como corolario, el que tiene razón en su reclamo puede hacer lo que quiera para llevarlo adelante. Aún actos que sean violatorios de la ley, que afecten profundamente derechos de terceros, que perjudiquen a los bienes y a la economía familiar de las personas. De las otras personas. Es decir, aquello que está objetivamente vedado se puede hacer si subjetivamente un grupo social o económico decide que es admisible en defensa de sus intereses.
La óptica PRO ante el conflicto se resume en una combinación de ambas hipótesis: Como a más poder hay más derechos, solo pueden hacer, en defensa de sus intereses, aquello que le está vedado a los demás, los grupos más poderosos. Poderío que pueden residir en lo económico, lo cultural y aún en la detentación del poder más básico: el de la fuerza.
El ejercicio de ese poder, y la legitimación de esa supremacía por sobre los intereses del conjunto de la sociedad, es precisamente lo que desde siempre caracterizó a la oligarquía argentina. De la cual Macri, más allá de toda pretensión de modernidad, no es más que un nuevo rostro emergente.
Es por ello que la aparente bipolaridad en el tratamiento de los dos conflictos, no demuestra una incoherencia en la visión del hijo de don Franco: del descontracturado “Mauricio Cafetero” al adusto “Mauricio Preceptor” existe la distancia entre la defensa del interés propio, valor indoblegable en una visión economicista y egoísta del mundo, y el interés del conjunto, que puesto en manos de este personaje descansa tan seguro como las sardinas custodiadas por el gato.
3 comentarios:
Impecable Carpe Diem, lo triste es que a pesar de ser TAN evidente la hipocresía y doble discurso, a nadie pareciera importarle. Si así como vienen nadie se queja (y su imagen sigue en alza en las encuestas), sólo queda preguntarnos cuál es el límite que debería traspasar para que la ciudad reaccione...
Abrazo
Bueno, el diferente tratamiento obedece a que unos tenían poder, mientras que los pibes no lo tienen. Y esta gente sólo entiende ese idioma. Que no le vengan con dilemas morales.
Excelente nota. Esta situación me crispa, todo el tiempo estamos viendo la lògica violada sin pudor, la arbitrariedad impune, como si no hubiera reglas para el pensamiento.
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